lunes, 6 de abril de 2009

Ciudad Condal (y IV) Yo salvé a Murakami

Estaba yo en la cafetería de la Casa Asia, haciendo tiempo para la rueda de prensa de Murakami (¡me he vuelto puntual, quién lo diría años ha!), cuando apareció una de las chicas de Tusquets pidiendo con urgencia un café y un botellín de agua para el eximio escritor. Al parecer, su proverbial timidez le había jugado una mala pasada, y en el photo call previo, cuando tuvo ante sí a cuarenta foteros disparando sus flashes a bocajarro, empezó a ponerse pálido, se agarró a una silla e hizo amago de desfallecer. Con las prisas, la chica de prensa no había pillado dinero, y muy amablemente se lo presté.
El sorbo de cafeína debió de hacer su efecto, porque al rato reapareció Murakami de lo más bien. Camiseta azul, muy fibroso para sus 60 añazos, leyó muy concentrado el letrerito que señalaba su nombre y tomó asiento. No nos pareció a simple vista el misántropo que anticipaba su leyenda, sino más bien un tipo normal, un poco desbordado y un poco divertido, como lo estaría cualquiera en su pellejo si empezara a escribir a los 30 años y se convirtiera en fenómeno de masas muy deprisa.
Después de rechazar docenas de invitaciones y reconocimientos, Murakami aceptó el premio que le concedieron los alumnos de un instituto de bachillerato, y da la impresión de que todo lo que le mueve es así, fruto de la curiosidad más espontánea.
El gran misterio es qué tienen las novelas de Murakami. Un virtuoso del lenguaje no es. Tampoco es que sus tramas sean excesivamente elaboradas. ¿Entonces? Él mismo esbozó una explicación convincente: lo más difícil en el Japón actual, y en el mundo de hoy, es ser individuo. Y la mayoría de los personajes de Murakami quieren precisamente eso, emanciparse un poco de la masa y sentirse a sí mismos. Tal vez sea eso, sumado a la sensación de pérdida que encierran sus narraciones, y al miedo y a la esperanza que se entreveran en ellas. Pero a menudo pienso que todo es más sencillo: Murakami tiene ese algo inefable que Borges llamaba encanto. Sus historias son como esas personas que no son las más guapas, ni las más brillantes, pero nos magnetizan más que las demás.
Ya salía de allí pensando que había sido una bonita experiencia estar frente al escritor, saber cómo habla y actúa el hombre al que he dedicado unas pocas horas de lectura, cuando mi amiga de Tusquets alargó el brazo para devolverme el préstamo:
-¿Y no poder decir, con andaluza exageración, que salvé la vida a Murakami?

2 comentarios:

Francisco Seco dijo...

Hombre Alejandro, muchos años sin saber de usted, vagos rumores, palabras que traía el levante y se llevaba el poniente, que si el batería de los Montley había vuelto a las andadas, que si la abuela fuma y que si yo salvé a Murakami de los flashes de los malignos foteros..... pues resulta que yo soy fotero de esos, pero me da gusto verle, leerle y saberle tan activo. ¿En la ciudad condal de paso? ¿Dejó ya la Tacita de Plata y Sevilla la Universal, que le tiene a Caí una envidia...que no lo puede remediá!! jajajaja
Un abrazo Ale. Cuídate, yo ando de fotero freelance por la capital desde hace 5 añitos.
Firmado: Fran, un ex niuki on de block

Luciano Silvera dijo...

Murakami (ersonalmente una inspiración), es un escritor como pocos en la actualidad... Abogando por la literatura frente a la crisis llegó a Espala hace poco. Recorriendo la web, encuentro tu articulo, y me conecto de nuevo con este genio. Buenas palabras.

Seguiré pasando.


Luciano.-