Pero yo en realidad venía a Forlí. Antes del ocaso tomamos un tren regional con destino a esta villa, prueba fehaciente de que no hay en Italia rincón, ni chico ni grande, que no merezca la visita. Dejamos atrás la estación de Imola -célebre por el circuito de velocidad, que me recordó el que probablemente sea el peor verso del peor poema de Benedetti: "Cuando Ayrton Senna se inmoló en Imola..."- y llegamos a la ciudad recién anochecida. Aunque tiene cierta actividad universitaria, Forlí es tranquilota, casi silenciosa, con su poquito de románico y su bastante de arquitectura fascista. Toda ella parece girar alrededor del eje de la Plaza Mayor, la estatua pensativa de Saffi que desdeñosamente da la espalda al altivo campanario de San Mercuriale, en cuyas inmediaciones se dejan ver por la mañana los inmigrantes negros y magrebíes, sacando a pasear a sus hijos o conversando al solecito. Aquí aguardamos la llegada desde Brasil de Agustín, el novio de Elena, con quien al día siguiente proyectamos desplazarnos en bus a Ravenna, capital de la Emilia-Romaña.
Construida originalmente sobre una zona pantanosa, la ciudad es el más extraordinario muestrario bizantino y paleocristiano que quepa imaginar. Echamos casi el día entero viendo iglesias, batisterios y basílicas, y podríamos decir que encontramos todos los mosaicos que aparecían en los libros de texto del cole para ilustrar el tema Bizancio. De San Apolinar Nuovo a la extraordinaria Iglesia de San Vital con sus muy familiares Justiniano y Teodora, uno termina al cabo de un rato viendo el mundo en fragmentos pequeñitos y policromados. Entre los descubrimientos más curiosos, me llama la atención el mosaico que representa una mano cercenada o suspendida en el espacio, haciendo cuernos al más puro estilo metalero. Tendré que preguntar a Iván qué significa, ¿una remota recursora del rock duro?
La soleada y paseable Ravenna nos condujo al fin, pasando la coqueta Plaza del Pueblo, a la Zona Dantesca, que no es un lugar espantoso ni nada de eso, sino el espacio donde reposan -después de no sé cuántos entierros y exhumaciones- los restos de Dante Alighieri. Alguna vez he dicho que empecé leyéndome su Infierno y me pareció un soberano coñazo, luego me lo propuse con el Purgatorio, sin mejores resultados, y fui poética y finalmente derrotado, que diría Borges, por el Cielo. Insiste Elena en que debo darle otra oportunidad, a ser posible en italiano, pero para ese viaje debo prepararme un poco mejor. De momento, conste mi buena voluntad a pie de mausoleo, con la promesa de intentarlo de nuevo algún día.
De vuelta a Forlí nos merecíamos una cena en condiciones para reponer fuerzas, y encontramos abierto un convincente bar-restaurante decorado con imágenes de músicos de jazz. Agustín me sugirió acompañarle en su plato predilecto, una especie de grueso spaghetti típico de la zona llamado strozzapretti, algo así como "estrangula-curas". No podíamos acabar una jornada de iglesias de un modo más anticlerical, pero acepté, siempre que vinieran regados con alguno de los acreditados vinos de la provincia y que no fuera el impertinente lambrusco. Todavía hoy lo recuerdo y la boca se me llena de anhelante saliva y de piedad. ¡Pobres curas!
2 comentarios:
"Cuernos.- Hemos visto que los cuernos del carnero, la cabra, el toro y el escarabeo sirven de protección contra el mal de ojo. (...) En Italia, el 'cornicello' es aún hoy el amuleto más habitual contra la 'jettatura'. Es un cuernecito de oro, plata, marfil, coral, celuloide (...) El napolitano que no lleva este talismán pronuncia en su lugar la palabra corna o corno (que también describe el miembro masculino) o, para mayor seguridad, hace el gesto que se llama 'far la corna' y que consiste en extender dedo índice y meñique, doblando los demás; así se forma un par de cuernos. La gente educada hace este gesto bajo el abrigo o en el bolsillo. Nunca se le niega una limosna a un monje, pero en cuanto se dé la vuelta, se hacen los cuernos, porque todos los monjes tienen el mal de ojo. El uso de este gesto es muy antiguo: ya se ve en un mosaico de Pompeya en Nápoles (Nº 9257). Hay mosaicos del siglo VI en Ravenna, que muestran la mano del Altísimo saliendo de las nubes en este gesto (Fig. 71). Una deidad india en el museo de Taunton hace este gesto con ambas manos...
Dr. S. Seligmann (oculista en Hamburgo): "El mal de ojo y asuntos relacionados". 1909.
Sabía que no me fallarías. Grandes y agradecidos besos y abrazos.
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