domingo, 12 de abril de 2009

Norte de Italia (I) De Milán a Bolonia

Barcelona-Girona-Milán. Creía que ya no estaba para estas largas e incomodísimas noches, pero llegué sano y salvo. Medio adormilado en el trayecto de Bérgamo a la Estación Central de Milán, me acordé de mi primera vez en esta ciudad. Venía mucho más cansado, en autobús, y puede que un poco resacoso, porque en los trayectos más largos bebía con mis amigos para sobrellevar el tedio y forzar un poco el sueño. Recordé que caí maravillado ante ese hermoso duomo recargado de filigranas, y que frente a él estaban montando un escenario donde esa misma noche tocarían Ozzy Osbourne y Red Hot Chilli Peppers, pero debíamos continuar nuestro camino hacia Roma.
Esta vez caía sobre la ciudad el mismo sol, pero ya no me pareció Milán tan rica y orgullosa como la primera vez: tal vez sea yo quien ha prosperado un poco. Había pasado la noche leyéndome Senior Service, la alucinante biografía del editor y activista Giancarlo Feltrinelli escrita por su hijo, y rumiaba algunos episodios. Feltrinelli murió aquí, en Milano, mientras trataba de poner una carga explosiva destinada a dejar sin luz la ciudad. Todos los disgustos soviéticos que le dio ser el editor de Pasternak y los desengaños con Fidel Castro no sólo no le divorciaron de la utopía, sino que al parecer lo empujaron aún más hacia el compromiso extremo y la acción directa.
Al otro extremo de la vía férrea me esperaba Bolonia, ciudad de moda por dar nombre a una controvertida reforma que tiene a los estudiantes de medio mundo en pie de guerra. Bolonia y su universidad pueden presumir de profesores ilustres -Romano Prodi, Umberto Eco- como de alumnos, pues por sus aulas pasaron algunos tan aventajados como Erasmo, Copérnico, Dante o Petrarca. Como buena ciudad universitaria, es generosa en plazas soleadas, pero sobre todo en calles porticadas: dicen que puedes moverte por toda la ciudad los días de lluvia sin mojarte un pelo.
Vinieron a recogerme mi anfitriona Elena, su amiga Sabine y el novio español de ésta, Javier, y emprendimos un gratísimo paseo, con abundantes paradas para ir desvelando los secretos de la ciudad, rincones dignificados por la leyenda o barnizados de misterio, que seguro quedarán adheridos para siempre a la memoria de quienes estudien aquí: las dos torres, el diablo disimulado en una arcada, la falsa venezia recreada en un imprevisible callejón...
Bolonia La Roja la llaman por sus tejados y su elevada militancia comunista, Bolonia la Gorda por su nada desdeñable gastronomía, pero sobre todo Docta por lo ya relatado, me hace sentir cierta nostalgia de lo no vivido: estudiar en una ciudad extraña, sentir el destete y la soledad y el encuentro con otras soledades, toda esa mitología del estudiante que seguramente es mejor contar que vivir.
Bolonia abre estos días sus cafés hospitalarios y sus calles a la celebración de quienes se doctoran, otra suerte que yo no viví. Son muchos los que se retratan junto a sus familias tocados con una corona de laurel, o deambulan en grupos -algunos semidesnudos o con disfraces vergonzosos- mientras los amigos entonan una y otra vez una cantinela que mi buena educación me impide traducir: "Dottore, dottore del buco del cul, vaffancul, vaffancul...!"

2 comentarios:

Ilya U. Topper dijo...

Es curioso: lo que nadie cuenta de Bologna - y la pongo con gn, porque si le digo Bolonia, la gente pensará que me dado una vuelta por los alrededores de Caños de Meca, lugar igual de rojo y docto, aunque sea traduciendo estos conceptos al ámbito de la carne y la piel - lo que nadie cuenta de Bologna, digo, es que tiene río. ¿A que no lo viste? Yo tampoco. Hasta que, por pura curiosidad, me acerqué a un boquete, más bien una tímida ausencia de ladrillo, en una pared larga y primorosamente encalada - sobre la que alguien con sorna docta y roja había escrito con trazo grueso el mejor graffiti qhe leído en mi vida: "Ay que pared más limpia y más blanquita" - me asomé al boquete, digo, que siempre digreso, y al otro lado del boquete había un río, con musgo en las orillas, arbolitos y no sé si alguna barquita (lo de la barquita puede que me lo esté inventando, no digo que no). Moraleja: nunca dejes de asomarte por los boquetes de la vida.

Alejandro Luque dijo...

Yo le hice fotos a una pared llena de graffittis con una ventanita y una leyenda: Venezia. Te asomabas y se veía algo parecido a un canal. Nada hermoso ni romántico, pero sí divertido, ¿no?