Esa noche me llevaron a cenar al Flash Flash, restaurante de referencia de la llamada Gauche Divine, aquella intelectualidad que hizo de Barcelona uno de las más notables capitales literarias de Europa allá por los setenta. El lugar está especializado en tortillas -pedí una de butifarra, deliciosa- y sus paredes decoradas, si no me fijé mal, con figuras femeninas armadas con cámaras fotográficas.
Mientras estudiaba la carta me vino a la cabeza una exposición sobre la Gauche Divine, precisamente, que vi hace mucho en Valladolid. Recordé al poeta y editor Carlos Barral haciendo contorsiones en la playa, a los hermanos Goytisolo posando juntos con su semblante rígido, y creo que también a los hermanos Moix, a Beatriz de Moura y Óscar Tusquets y a tantos otros de aquella cuadrilla. También recuerdo que las imágenes venían firmadas por profesionales que merecían toda mi admiración, como Oriol Maspons o Colita. En todas se hacía patente ese aire frívolo y disfrutón que era el sello de aquella quinta, pero también es obvio que aquellos burgueses venían muy bien criados y preparados para hacer grandes cosas en un país triste y cateto como la España de entonces.
Entre las tortillas del Flash Flash, adonde siguen yendo en peregrinación los jóvenes intelectuales como un rito iniciático, uno entiende que tal vez aquellos niños bien fueran en efecto la izquierda de salón, la vertiente pija y bocacciana del progrerío ibérico en ciernes. Pero tenían fotógrafos. Y tenían huevos.
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