lunes, 19 de mayo de 2008

SevillaPhoto. Valor de la imagen

¿Una imagen vale más que mil palabras? Según la imagen y las palabras: cuatro instantáneas de Duane Michals valen quizá por una novela, pero dos versos de César Vallejo no caben en un largometraje. La mudez obligatoria me atrae hacia las imágenes -también hacia las películas, que no termino de ver casi nunca- sencillamente porque no esperan de mí una respuesta, o al menos no son tan dialogantes como la letra impresa: como la música, te permiten actitudes pasivas, sentirte puro sujeto receptor.
El sábado, mientras desayunaba en el bar Piola, me encontré con Boxeo made in Spain, una serie de Manu Trillo dedicada a los sacrificados púgiles de provincias. Manu me había hablado de este proyecto hacía tiempo, incluso recuerdo que iba a titularlo Vencedores y vencidos, porque entre los rostros hinchados, medio sanguinolentos, es imposible saber quién resultó ganador. La serie tiene fuerza y deja con ganas de ver más.
Al rato, paso por la pescadería del mercado y la encuentro llena de imágenes de mi vieja Habana firmadas por Lolo Vasco. No son el colmo de la originalidad -ya sé que es difícil- pero tienen calidez y sensibilidad. ¿Qué es todo esto? Pues ni más ni menos que SevillaPhoto, un encuentro que ha venido a llenar mi barrio de fotografías, desde la farmacia de la esquina a la pizzería o la peluquería que jamás pisaré, pasando por los vagones del Metrocentro. Hay propuestas para todos los gustos, pero por haber trabajado con ellos recomiendo la de Pablo Cousinou -en el restaurante La Madraza, donde se come francamente bien-, y la colectiva Pie de foto, en el Cas, donde firman amigos como Fernando Ruso, Antonio Acedo, Javi Cuesta, Miguel Ángel Morenatti, etc.
Los foteros, es cierto, son especie aparte, a menudo incomprensible, en la ya de por sí desquiciada fauna periodística. Tienen fama -a ratos justificada- de indolentes, de conformistas, de impuntuales, de desnortados, de pusilánimes. Pero dudar de la dignidad y la altura creativa de su oficio sólo puede ser fruto de la ignorancia, de la estupidez o de ambas cosas en diabólica aleación. Hace falta estar ciego, vamos.

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