viernes, 30 de mayo de 2008

Sarrionandia, entre dos silencios

Vino también a verme Jabo, recién llegado de su Euskadi. Hablamos -él con su voz y yo con la libreta-, acaso inconscientemente, de Martín Santos y su Tiempo de Silencio. "Uno de los grandes", insistía Jabo. "Lo han borrado hasta de las lecturas de bachillerato", escribía yo.
Antes de despedirnos mi amigo, el vasco mejor trasplantado al suelo andaluz que pariera madre, me entregó un regalo directamente traído del Norte de sus entretelas, otro libro providencial para aligerar la postración de mis cuerdas vocales. Joseba Sarrionandia. No soy de aquí. Difícil sacudirse el prejuicio -¿voy a leer el libro de un etarra?, pensé- pero le metí mano esa misma tarde.
Sarrionandia es casi un mito: detenido en 1980, cumplió cinco años de condena hasta que se fugó, junto a Iñaki Picabia, escondido en los bafles de un concierto que tuvo lugar en la prisión de Marturene, y desde entonces vive en la clandestinidad. Pero también fue miembro de la banda Pott de la que surgió, entre otros, Bernardo Atxaga. Me olvido del independentista y me dejo llevar por el hombre de letras -aunque escriba al otro lado de esos barrotes que "parecen un arpa gris esperando que alguien la toque"-, por su querencia hacia Barthes, Goethe, Kafka, Mircea Eliade, como por las hermosas canciones tradicionales del euskera.
La obsesión de Sarrionandia es el lenguaje y su reverso, el silencio. Ambos son formas de la patria: "¿Cuánto tiempo tendríamos que estar en silencio hasta secarnos, para enmendar todo lo infundado y redundante que decimos", se pregunta. El escritor llama a la universalidad de los vascos, "disfrutamos tanto con Xalbador como con el improvisador del jazz", pero en su desesperación dictamina que "hoy [por entonces] no existe otra opción que la lucha armada".
Difícil leer estas páginas, apasionantes en muchos tramos, sin una tristeza entre dos silencios, el de los cementerios -tan bien abonados en el País Vasco desde hace 30 años- como el de las tantas y tan variadas mordazas que se han cerrado sobre esa tierra. El libro de Sarrionandia concluye con una reflexión sobre el silencio creativo, como "la continuación del lenguaje, el momento profundo del lenguaje, más aún, el lenguaje ideal: perenne, infinito, perfecto". Ojalá cimentáramos un silencio que no perturbaran disparos ni detonaciones, un silencio lleno de buenos libros como éste, ese silencio fértil que se parece tanto a la paz.

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