Se acabaron las mini-vacaciones, vuelta a la faena: Pilar Távora rueda en la cripta del mercado de Triana una escena de 'Brujas', su próxima película. Sebastián Haro defiende un papel de inquisidor. Le recuerdo que nos conocimos en Cádiz hace mucho, cuando compartía cartel con Juan Diego en la versión teatral del 'Moscú-Petushki' de Venedikt Erofeiev. "Doce años", calcula con tino, "recuerdo que mi hija acababa de nacer". Fueron sólo dos o tres días, pero muy intensos, de grandes pleamares etílicas, muchos desvaríos y risas copiosas. Yo era un pipiolo fascinado con la posibilidad de compartir todo eso con gente admirable de la farándula. Por ejemplo, asistir a una larguísima discusión con Juan Diego sobre si Goethe bebía o no bebía, tan intensa que parecía la cosa más importante del mundo.
El personaje de Erofeiev, ahogado en vodka, sube a un vagón que nunca llega a su destino. Como aquello de Isidro Sanlúcar: "Quién lo diría/ que se fuera para siempre/ en un tren de cercanía". A Sebastián Haro lo he encontrado, por el contrario, como subido en Grandes Líneas Renfe, muy bien encarrilado, haciendo camino al rodar. Llegará.
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