Siempre leo con placer a José Antonio Marina: claridad, didactismo, citas bien escogidas, todos estos atributos de sus libros son muy de agradecer. Y sobre todo su capacidad para poner nombre a emociones que reconocemos fácilmente en nosotros mismos, pero no siempre sabemos acotar o delimitar a fin de potenciarlas o neutralizarlas. En Las arquitecturas del deseo leo lo que sigue: "El placer es proporcional a la intensidad del deseo, que crece con el tiempo de la privación. La apetencia es el grado cero del deseo". Creo que esta frase arroja cierta luz sobre lo que escribí acerca de Perec: mi generación es un conglomerado de apetencias rápidamente satisfechas, pero inválida para el deseo. Acumulamos objetos, pero somos incapaces de aprehender experiencias.
El único modo que se me ocurre de desarrollar los deseos es fijarse proyectos, que en sí mismos son embriones de deseos. "Vivo porque tengo proyectos", me confió Desnoes con sus espléndidos 77 años. Pero nos dejamos arrastrar por ese mal crónico que otra amiga definió de modo impecable: "Me encantaría si me apeteciera".
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