No escarmentado de ese entretenido fraude de Georges Perec titulado Me acuerdo, me asomé a su novela Las cosas. Tuve que esperar 72 páginas para encontrar algo que me sacara del sopor, pero valió la pena: "En nuestros días y en nuestros países cada vez hay más personas que no son ricas ni pobres: sueñan con riquezas y podrían hacerse ricas: ahí es donde empiezan sus desgracias". El escritor parisino quiso describir a la juventud de los años setenta, materialista y banal, pero nunca sospechó hasta qué punto su retrato sería un vaticinio de lo que estaba por venir. Y no es que vayamos a estas alturas a satanizar el consumo, pero sin duda algo falla cuando todas las posesiones que deberían hacernos dichosos, ricos en sentido patrimonial y anímico, terminan siendo fuente de vacío y discordia. Todo esto también me explica en parte por qué es tan floja la literatura que hacemos hoy en España en comparación, por ejemplo, con la de Sudamérica. Le pregunté a Santiago Roncagliolo al respecto: "Será que allí tenemos más problemas", me respondió. Supongo que se refería a problemas de otra índole.
Nota.- Casi al final de la novela, la parejita de Las cosas proyecta comprar "en Cefalú, una gran casa de piedra blanca, perdida en medio de un parque. No hicieron nada, por supuesto".
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