lunes, 1 de agosto de 2011

Nos falta Eliseo Alberto


No, no pesa lo mismo un kilo de humanidad que un kilo de miseria. Ni es cierto que todas las ausencias se sientan de la misma manera. La de Eliseo Alberto, recién estrenada, tiene conmocionados a quienes lo trataron a fondo como a quienes tan sólo lo disfrutamos brevemente, porque nos dejó un recuerdo entrañable que ha perdurado en el tiempo. En mi caso, fue sólo un día en Chiclana, en que tuve el placer de oficiar como presentador suyo, y el día siguiente en casa de Mané García Gil, que había publicado los cuentos de su padre, Eliseo Diego, en la colección Calembé. Suficiente para seguir recordándolo con una sonrisa tantos años después, para sentir su desaparición como un golpe duro en el centro del pecho.


Me divertía mucho oírle referirse a Eliseo Diego, uno de los más grandes poetas del siglo XX, como "papá". Me divertía también oírle anécdotas de primera mano de Lezama Lima o de Augusto Monterroso, que para mí eran ya clásicos y para él gente de casa, presencias familiares. También su teoría de que el grupo Orígenes era una generación sin descendencia, salvo por las excepciones de Eliseo Diego y del matrimonio formado por Cintio Vitier y Fina García Marruz, los únicos que tuvieron hijos. "A Lezama nadie lo preñó, a Piñera nadie lo preñó, a Gastón nadie lo preñó...", enumeraba con mucha guasa, pero también con una enorme ternura. Y con no poco sentido de la responsabilidad: a diferencia de los hermanos Vitier, él había acabado siendo escritor. Era el heredero único, y nadie sabe qué peso supondría sobre sus hombros.


Tampoco sabremos el drama íntimo que supuso la redacción de Informe contra mí mismo, un libro que me sacudió y me hizo tomar conciencia, acaso por primera vez, de la magnitud de la herida que se ensanchaba e infectaba cada día en el seno de la comunidad cubana. Y, sin embargo, todavía hoy me admira el afecto que Lichi (como era conocido en todo el orbe) despertaba en la isla como en la diáspora, entre los jóvenes como entre la vieja guardia. Era un puente, que es lo mejor, lo más noble, lo más humano que se puede ser en un mundo fracturado.


No olvidaré nunca el rato que pasamos pimplándonos una botella de Havana Club añejo y hablando de Cuba, su patria y nuestra pasión, mientras Martita, muy niña, correteaba a nuestro alrededor. Ni cuando nos leyó en adelanto el primer capítulo, que acababa de terminar, de su novela Esther en alguna parte, que dedica amorosamente a sus padres. Así quiero recordarlo, leyendo en voz alta y con los labios humedecidos de ron, honrando a los mayores y brindando por las nuevas amistades.


Nos hemos quedado sin un hombre, nos hemos quedado sin un escritor, nos hemos quedado sin un puente. Se ha ido Lichi y, nos deja una memoria que atesorar y, como en el poema de su padre, el tiempo, todo el tiempo.

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