viernes, 17 de septiembre de 2010

Bienal 2010 (I) Menese como nuevo


Menese fue, durante muchos años, el cantaor de los escritores, de los intelectuales. Estaba tan comprometido como Manuel Gerena, pero gozaba de superiores facultades y conocía mucho mejor el flamenco. A la sombra de Moreno Galván empezó a desarrollar su discografía y su bagaje cultural, muy por encima de la media de su oficio.

Lo entrevisté por primera vez mientras recogía datos para una biografía del bailaor cojo Juan Farina, uno de cuyos numerosos hijos apadrinó Menese. Fue divertido oírle contar anécdotas de aquel bautizo, y más tratándose el cantaor de un tipo más bien serio, siempre imbuido de un sutil engolamiento. Más tarde volví a recurrir a su testimonio para hablar de Fernando Quiñones, que lo adoraba y lo invitó a cantar (en un recital "breve pero cumplido", recordaba) para el mismísimo Borges en Madrid.

Nuestro tercer encuentro fue un poco más extraño. Menese acababa de editar su disco A mis soledades voy, de mis soledades vengo, y la discográfica, por alguna casualidad, me invitó a presentárselo en Sevilla. Tomé mi tren y me dirigí a la Casa de la Provincia, donde tendría lugar el acto. Cumplí con mi tarea, Menese vendió bien su producto, haciendo de vez en cuando rápidos movimientos con la lengua, haciéndola chocar con el interior de los carrillos, que denotaba autocomplacencia como los gatos golpean el suelo con el rabo cuando están a gusto. Nada más terminar, el artista se volvió a su Puebla de Cazalla, los de la discográfica desaparecieron sin pagarme ni el desplazamiento. El guitarrista Eduardo Rebollar, buen músico y mejor persona, se apiadó de mí y me llevó a tomar un vino por aquella inhóspita ciudad en la que ahora resido. Eso fue todo.
Ayer volví a ver al maestro en rueda de prensa, con el brazo en cabestrillo y muy buen humor. No me identifiqué ni nada de eso, pero si por ventura me hubiera reconocido, me habría encontrado mucho más avejentado. En cambio, él se conserva como un martillo en manteca. A sus sesenta y tantos, mantiene su tez como la de un adolescente, lo que sumado a sus rasgos infantiles permite sospechar en un pacto con el diablo. Esta noche demostrará si la lozanía está o no reñida con el cante por derecho, pero desde aquí le lanzo una voz de aliento: ¡Larga vida al cante fáustico!

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