Tantos años entrevistando a famosos, famosetes y famosillos no me han ayudado a comprender del todo cómo opera en la mente humana eso que llaman éxito. Fernández Mallo -que, como Ildefonso Falcones, se vacuna contra la pérdida de la realidad manteniendo sus ritos y levantándose cada mañana a las siete para ir a su trabajo de siempre- me contaba que ve el fulgurante ascenso de su carrera literaria desde fuera, como una película donde actuamos todos, pero en la que él no necesariamente participa.
Iba pensando en eso camino de la rueda de prensa que tendríamos con Colin Farrell, al sol ligero en una de las terrazas del hotel M, junto a la Giralda. El día antes nos habían obligado a ver -como condición sine qua non para acceder a las entrevistas- una película bastante pobre como es Triage. Y allí estaba su prota, gafas Ray Ban, camisa bajo rebeca gris estrechita que a mí me quedaría fatal, aretes en ambas orejas, cigarrillos American Spirit en los labios.
Será porque acaba de morirse un grandísimo actor, José Luis López Vázquez, que de pronto sólo puedo ver a Colin Farrell metido, como aquél, en una cabina de teléfonos en Última llamada. Si hago un esfuerzo puedo reconocerlo también bajo una capa de tinte rubio en Alejandro Magno, y rapado con una diana tatuada en la frente en Daredevil. Y fumando muy seguido, como ahora, en El sueño de Cassandra, de Woody Allen. No doy para mucho más.
La rueda tampoco rinde demasiado. El sol nos quema las coronillas. Colin Farrell accede a hablar de la polémica acerca de un vídeo suyo de contenido sexual cuya circulación por internet ha intentado impedir judicialmente, sin éxito hasta ahora. La pantalla grande le ha dado la fama, la diminuta de los archivos avi le está amargando la vida.
Se indigna pero acaba resignándose. Internet, dice, es demasiado grande, no hay nada que hacer, está fuera de su control. Se vacuna haciendo su vida de siempre. Trata de ver todo lo que pasa como si fuera irreal, como una película donde actuamos todos, pero en la que él no necesariamente participa.
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