miércoles, 27 de agosto de 2008

San Francisco tiene su propio son

No sé si se referían a esta gran ciudad del oeste americano, pero eso cantaban Orestes Vilató, Carlos Patato Valdés y Changuito en un disco memorable llamado Ritmo y candela: "San Francisco tiene su propio son...". Mucha gente me pregunta si es bonita. Yo no diría tanto. Sí sabrosa, auténtica, llena de fuerza y carácter en la medida en que una urbe puede arrogarse esos atributos. También se ve que la vida acá no es fácil. Recuerdo que Felicia Desnoes se preguntaba dónde habían ido a parar tantos antiguos vagabundos de Nueva York. La respuesta parece fácil: a San Francisco. En pocos lugares he visto a tanto homeless aterido de frío por las aceras, parias y borrachines, locos ensimismados hablando para sí, almas desahuciadas regadas por aquí y por allá.
También se siente intacta, perdurable, la atmósfera de las novelas de Hammet y el espíritu de Sam Spade reflejado en cualquiera de las miles de ventanas que se asoman como los mil ojos de un monstruo a las largas -y sin embargo nada claustrofóbicas- avenidas. Remite San Francisco a El halcón maltés y también a Steve McQueen en Bullit, rodando por las vertiginosas cuestas que hacen inconfundible la fisionomía de la ciudad. Eso, junto a la silueta del puente, la legendaria prisión de Alcatraz o el inmenso chinatown, la mayor concentración de chinos en el mundo fuera de la propia China, hacen de San Francisco un foco de evocaciones literarias y cinematográficas tan potente como el que más.
Incluso cuando salimos de la ciudad para visitar la vasta zona vinatera que tiene como capitales Napa y Sonoma, nos vienen a la cabeza los vaivenes enológicos de Entre copas e incluso las viejas intrigas de Falcon Crest. Pero insisto, en mi modesta opinión no hay nada como el callejeo a pie, y cuando el camino se ponga muy cuesta arriba, tomar el congestionado tranvía, si se puede. También es un gustazo andarse enterito el Golden Gate Park, presenciar alguna de las escuetas, brevísimas bodas gays en las escaleras del Ayuntamiento, sentir en el aire la pervivencia del espíritu hippie entre el público de un festival de jazz tendido en el césped de Washington Square o rendir tributo a la beat generation haciendo gasto en City Lights, la librería que servía de reunión a los célebres poetas, junto a la calle que hoy lleva el nombre de Jack Kerouac.
Quiso la suerte, por último, que nuestra estancia en San Francisco coincidiera con una conferencia de McCain en cierto hotel de alto copete de la ciudad. "Vamos a ver a McCain por la calle Bush", le digo a los chicos señalando el letrero de la esquina. por supuesto, nos alineamos junto a los detractores que reparten pancartas y corean consignas. Mi sign reza: "Octogenarians for Obama", pero la intención es la que cuenta.
Al día siguiente abandonaríamos la ciudad. Luego volamos por última vez a Las Vegas, Atlanta y vuelta a casa, tarareando aquello de "I'm on my way, I'm on my way, home sweet home...".

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