martes, 23 de junio de 2009

Reencuentro con Juan Farina

Chiclana, tarde del sábado. La Fundación Quiñones me ha invitado a participar en un homenaje a Juan Farina, el bailaor al que dediqué un libro hace casi diez años, Que me quiten lo bailao. Vida y arte de Juan Farina. He vuelto sobre esas páginas y me cuesta reconocerme en esa prosa un poco espesa de puro acomplejada, atrapada por ese miedo del principiante del que hablaba Borges, que les empuja a menudo a un gratuito barroquismo. Sí me gusta el modo en que los datos y las anécdotas, la vida y la literatura, se funden en el relato, y el cariño evidente por un personaje al que apenas conocí, ese gitano al que Quiñones me presentó una noche en un bar de La Viña, sin que ni unos ni otros sospecháramos que una biografía de encargo iba a reunirnos tiempo después.
El hombre que me ofreció el trabajo, el bueno de Dionisio Montero, es ahora una estatua de bronce a las puertas del Teatro Moderno, ¡extraño reencuentro! Me habían asegurado que sería una faena de aliño, que la familia tenía todo el material y había sólo que darle forma, hasta que Dionisio me tendio aquella carpetilla con media docena de fotos casi desvaídas, unos amarillentos recortes de periódico y un cuaderno manuscrito de cuatro páginas, en las que el propio Farina había intentado escribir sus memorias de su puño y letra, con una caligrafía casi infantil.
A Farina no le hacía falta escribir, porque él mismo era literatura ambulante. Personaje de varias novelas, pero sobre todo de dos -El coro a dos voces, de Quiñones, y Marea escorada, de Berenguer, recién reeditada-, de él me hablaron con admiración Félix Grande, Carmiña Martín Gaite, Manolo Ríos Ruiz. Llegó a bailar para Cocteau. Solía decir que lo suyo era "andar cojo y bailar sano", y cuando Pemán le recomendó un cirujano para arreglarle la cadera, hizo cuernos y replicó: "¿Y si luego me se olvida el baile?"
Mucho más extraordinario es que los flamencos hablen bien los unos de los otros, y a mí me pusieron a Farina por las nubes Chano Lobato, El Chato de la Isla, Pepe Menese o Sara Baras, cuyo talento destacó el chiclanero antes que nadie. Todo esto tenía que haberlo contado el sábado en Chiclana, pero en el patio de butacas estaba su viuda, Josefa, y sus diez hijos con un innumerable batallón de nietos, de modo que opté por buscar una grabación, unas imágenes en las que aparece Farina haciendo su célebre baile del picador, y la proyectamos en pantalla grande, para que los más pequeños del clan vieran al abuelo en tamaño natural, como él era: grande.

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