sábado, 8 de noviembre de 2008

Saviano, la muerte en los talones

Roberto Saviano en Sevilla. Overbooking y cierta agitación en la sala de prensa: no merece menos alguien que vive con la muerte en los talones. Por eso estaban allí las teles, las radios, las agencias. La mayoría reconocía no haber leído Gomorra, el libro que le ha valido al napolitano la fatwa del crimen organizado. Hace poco me preguntaron qué opinaba de ello, si creía que acabarían cazando a Saviano, y dije sin cinismo que eso era lo de menos. Aunque un escritor de 29 años, un buen escritor como él, merece tener una larga y fructífera vida, para mí Saviano es ahora algo más que un ser humano: es un símbolo, es una bandera, es una punta de iceberg. Si él, con toda su fama y sus medidas de protección, vive asustado. ¿Cómo vivirá el portero de su casa, la panadera de su barrio, el chofer de autobús de dos calles más allá? El affaire Saviano, como bien se ha dicho, no es un problema de la policía, sino de la democracia. Y a los italianos, desde Berlusconi al último contribuyente, debería caérseles la cara de vergüenza ante este hecho.
Leí el libro, vi la película. Con mucho interés, aunque haya cosas que no me gusten. Por ejemplo, la circunstancia de que en muchos sitios se hable de "la novela de Saviano". ¿A qué esa ambigüedad? ¿Es sólo una estrategia comercial, para no espantar al lector que huye del ensayo, de la crónica? O el hecho de que aparezcan bajo el mismo título dos productos, el literario y el cinematográfico, complementarios, sí, pero muy diferentes. Todo esto son, sin embargo, melindres sin importancia: el fenómeno de Gomorra es heroico y merece trascender como tal.
Observé detenidamente a Saviano, su modo de sobarse nerviosamente las facciones. Así lo capturó magistralmente mi fotógrafo, Antoñito Acedo, palpándose y dejando entrever los ojos tristes y enrojecidos, cansados. Luego estuve rápido y, antes de que los guardaespaldas se lo llevaran volando, le tendí mi ejemplar para que me lo dedicara. También voy a conservar eso como algo más que un autógrafo. Es una prueba de vida, una victoria. Quiero verla dentro de veinte o treinta años y celebrar que el autor sigue vivo. Ya casi me iba cuando vi que el escritor me tendía tímidamente la mano. Mi duda fue instintiva, pero sólo duró unos instantes: se la estreché.
En algún lugar tengo escrito que uno piensa en la mafia y ve señores bien vestidos, de modales ceremoniosos y apariencia venerable, pero los mafiosos de verdad son unos malandrines horteras que no pasarían el casting menos exigente para hacer de Tony Montana. Así los muestra Matteo Garrone en la película, incluso con ese boss laringectomizado que es una caricatura del Vito Corleone de Coppola. La única épica, ya era hora, la pone en este caso la víctima. Las víctimas son los héroes, y los matones, los granujas -y por extensión, todos los sinvergüenzas de guante blanco que están por encima en la pirámide del poder- aparecen por una vez como lo que siempre han sido, como lo que siempre serán: unos dañinos payasos.

6 comentarios:

Jesús Cotta Lobato dijo...

De Saviano me gusta que boxea y que se rapa. Sabe descargar la violencia sin ensuciar a nadie. Un abrazo

Belén Peralta dijo...

Hola, Ale, cuánto tiempo... :-))

Besos dulces de guinda en esta noche de lunes de reencuentro... y que no sea el último (espero).

Espero que todo te vaya muy bien,

B.

Unknown dijo...

Luque, enorme...

Alejandro Luque dijo...

Jesús, creo que Saviano tiene otra cualidad de buen boxeador. De momento, parece estar encajando bien todo esto. ¡Pobre Napoli! Un abraccione.

Alejandro Luque dijo...

Belén querida! Me encanta saber que estás bien y escribiendo. Se "te ve" feliz, que sigas así y yo te vea/lea, ¡besos!

Alejandro Luque dijo...

No creas que no me acordé de ti y de tu Baluarte, Carmen! Besos!