sábado, 7 de junio de 2008

Tokio la nuit (y III) Kawabata en Asakusa

Sospecho que a lo largo del tiempo ha debido de haber más de una Asakusa. La que Yasunari Kawabata describe en su novela La pandilla de Asakusa es, como indica la contraportada, una mezcla de Montmartre y Times Square -pasando, añadiría yo, por el viejo Paralelo barcelonés-, un espacio entre la libertad y el golferío, lleno de locales de revista, clubes de jazz y atracciones nocturnas.
La zona que yo conocí, diurna pero muy concurrida, carecía de la atmósfera canalla que describe el Nobel japonés. Guardo de ella recuerdos fragmentarios, pero muy vívidos. El primero, la silueta de la Asahi Beer Tower, que como su nombre indica emula un vaso de cerveza coronado por un pegote de espuma ("Aunque a mí me parece más bien una caca", reconoció Yayoi).
Luego, el imponente templo Senso-ji, al que accedimos luego de sortear un largo pasillo de tiendas donde me dejé mis buenos yenes comprando muñecas de madera y preciosos juegos de sake. Por allí vi paseando a un inconfundible luchador de sumo, mole carnosa en medio de la turba consumista, cuyo único secreto es, siempre según Yayoi, comer bastante tarde y regalarse largas y profundas siestas.
Ya dentro del templo, entre descomunales lámparas de papel, incensarios, efigies de buda y alguna soberbia fuente, esas huchas de la suerte a las que también se refiere Kawabata, llamadas o-mikuyi: agitas la hucha y dejas que asome una de las varillas que contiene por un agujerito. La varilla indica el número del cajón donde está prescrito tu futuro, sólo tienes que abrirlo y tomar una hojita escrita en japonés e inglés. En caso de que el pronóstico sea desastroso, basta con hacer un lazo con el papelito alrededor de unos alambres instalados al efecto, y el sangangui -la palabra gaditana que suena más japonesa- queda al instante conjurado.
Nota 1.- Me gusta la foto de la solapilla, donde aparece Kawabata sonriente y fumando. No se lo llevó el tabaco, sino el filo de la katana: se suicidó a los 72 años.
Nota 2.- Cuando García Márquez vino a Cádiz, nos habló de El palacio de las bellas durmientes, de Kawabata. Se lamentaba de no haber tenido una ocurrencia igual de brillante. Pero para qué: años después publicaba la floja Memoria de mis putas tristes.
Nota 3.- Habrá que hacer algún día una colección de motivos por los cuales los grandes se hicieron escritores. Mohamed Chukri, por ejemplo, decía que el quiso ser escritor desde que, siendo niño, vio que todo el mundo saludaba por la calle con sumo respeto a un poeta (el nombre del poeta lo hemos olvidado, pero el de Chukri no). En el caso de Kawabata, la iluminación vino al ver a Tanizaki, autor consagrado -y uno de mis ídolos- rodeado de chicas hermosas.

2 comentarios:

Patricia Miranda dijo...

que bien! sisi! las faldas y las letras muchas veces van juntas! pero incluso teniendo ese grado de mortalidad para mi los grandes escritores son dioses!

Alejandro Luque dijo...

Y las grandes escritoras, mi hermana!