jueves, 10 de abril de 2008

Riverside drive. Casa Desnoes

Mi amistad con Edmundo Desnoes nace de una feliz superstición: yo creo que el es el último gran escritor cubano y él cree que soy su último lector. Este probable equívoco bidireccional y la consiguiente simpatía han hecho posible mi visita a su casa, en un magnífico edificio del 1900 donde pasaremos los próximos días. Aquí vive Edmundo con Felicia, su esposa, que es ella sola un crisol de culturas: nacida en Berlín, su familia huyó de la persecución nazi y se instaló en Cuba, pero ella es ciudadana estadounidense desde hace décadas. Europa, el Caribe y el Norte marca las coordenadas de unas memorias que está escribiendo pacientemente, mientras Desnoes reúne ideas sobre el mito sevillano de Don Juan, la secular carambola del sexo, la religión y la muerte.
Después de almorzar, damos un paseo por el parque cercano, donde comprobamos que la gente aquí vive enamorada de sus mascotas: hay docenas de perros por todas partes, entre corredores, ciclistas y practicantes de tai-chi, pero la mayoría de los animales estan castrados, de ahí su aire dócil y un poco taciturno. La última moda en la ciudad, por lo visto, es hacer doga, una variante del yoga con tu perro como ayudante. Neoyorkinos es el título de un libro sobre perros de Cathleen Schine que vio la luz recientemente en España.
Subimos a la calle Broadway e inspeccionamos varios libros tirados junto a una papelera, entre ellos uno en catalán. En un tenderete cercano, por un módico precio, adquiero un estupendo álbum fotográfico de Letizia Battaglia, autora de algunas de las más terribles instantáneas de víctimas de la mafia en Sicilia. El vendedor intenta colocarme, de paso, un autógrafo auténtico de Ashley Alexandra Dupre, la prostituta que dio al traste con la carrera del hipócrita gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer.
Riverside drive es el título de un diálogo teatral de Woody Allen, quien una vez alquiló un bajo de nuestro edificio para rodar una de sus películas: al parecer, al director le gusta filmar sobre espacios habitados, no sobre reconstrucciones escenográficas, de modo que pueda contar con atmósferas vivas. No ha sido la única celebrity que ha parado por aqui: Gary Oldman se alojó en esta misma casa con su novia de entonces, Uma Thurman, y también Isabella Rossellini. Un poco mas pa'llá, en el número 333 -calle 107- vivió Saul Bellow.
Pero el detalle definitivo que da caché al edificio de los Desnoes es el hecho de tener portero, un lujo caro en esta ciudad. Antes de venir para acá, me leí una delirante novela de Reinaldo Arenas, El portero, que contaba las vicisitudes de uno de estos profesionales en una casa de vecinos neoyorkina. Arenas y Desnoes, ambos cubanos, se llevaron fatal en la ciudad de los rascacielos. Cuentan que el primero acudía a las conferencias del segundo con varios secuaces para reventar los actos, y que alguna vez acabaron todos a piñazos, como en los grandes eventos surrealistas.

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