miércoles, 13 de octubre de 2010

Bienal 2010 (y II) Paco


Cuando Paco de Lucía sufrió un accidente de submarinismo con un afilado coral que a punto estuvo de dejarle sin un dedo, cundió entre la parroquia flamenca el estupor, pero también un secreto regocijo. Cuentan que, estando Paco convaleciente, vinieron a verlo algunos guitarristas más jóvenes, que se retrataron con él pasándole el brazo sobre el hombro y haciendo como que besaban el apéndice herido. En el fondo de sus miradas sonrientes ardía la llama de una esperanza: que Paco no volviera a tocar nunca y empezara a dejar el camino libre. Cuentan también que un amigo allí presente, molesto con la escena, hizo amago de despedirse, pero Paco lo retuvo y le sopló al oído: "Yo sé por qué te quieres ir, pero quédate, quédate. Que cuando me ponga bueno voy a arrastrar a todos estos por el suelo".

Me gusta la anécdota, a pesar de lo desabrido de la expresión, por lo que tiene de ira divina. A Paco de Lucía lo han adorado tanto como lo han odiado: el camino por la vida de este Mozart algecireño ha dejado una estela de salieris rabiosos que llevan cuarenta años esperando su ocaso. Aunque lo he visto tocando en varias ocasiones, tenía mucho interés en asistir al recital de clausura de la Bienal 2010 anunciado en el Teatro de la Maestranza el pasado sábado, porque Sevilla es una plaza difícil para Francisco Sánchez. No es que no se le quiera, es que no lo hacen suyo, como sí han hecho con Manolo Sanlúcar o Vicente Amigo. Si hubiera nacido en Triana sería el acabóse, pero Paco es del Campo de Gibraltar y, además, siempre ha ido por libre. Y eso no se lo perdonan.

Tenía interés y curiosidad por saber cómo se libraría el combate entre el genio y el respetable hispalense, y sufrí como si asistiera a una tragedia shakespeariana y no a un concierto. Aunque cualquier concierto de Paco está muy por encima de lo que pueda hacer cualquier otro, su rostro descompuesto nada más salir a escena lo decía todo. Las imprecisiones, las notas que no querían salir, los momentos de esconderse tras su concurrida banda, se alternaron dramáticamente con sus picados vertiginosos y sus bordoneos estremecedores.

Más que sus manos, me fijé en el rostro de ese hombre que, hace ya un montón de años, me confesó en una entrevista qué era lo que le quitaba el sueño: "Seguir creciendo, seguir aprendiendo, ir un paso más allá". Durante mucho tiempo su obsesión fue al parecer superar el listón de Entre dos aguas, su mayor éxito internacional. Por eso nunca olvidaré la mueca amarga que se dibujó en su cara cuando, al atacar esta pieza, el Maestranza se llenó de aplausos y vítores. Paco llevaba una hora larga sufriendo, peleándose a muerte con su instrumento, y el populacho sólo quería oír el soniquete familiar del viejo hit.

Dicen que Khaled, el argelino al que se atribuye la paternidad del estilo rai, sólo sabe decir tres palabras en castellano: "Paco-es-Dios". El sábado pasado asistimos al crepúsculo del dios, y no me arrepiento de haber estado allí, porque me gustan más las personas que los dioses. Paco mostró su costado humano, su humana debilidad. A sus 63 años sus dedos no logran mantener esa diabólica velocidad que era su sello, ni su cabeza esa desbordante producción de fantasía. Y él es tan consciente de este hecho que, cuando acabó el concierto, ni siquiera pasó por camerinos: subió al coche y directamente se fue al hotel, a restañarse las heridas del orgullo.

Ha vuelto la alegría cínica a la Plaza del Flamenco, y los mediocres bailan alrededor del fuego donde esperan ver arder muy pronto la sonanta del de Algeciras. No sé cuántos años le quedarán de grandes giras, pero sé que todavía tiene guitarra que tocar, pasos adelante que dar. Una estrella tan potente no se apaga por una mala noche. Todavía tiene que volver, siquiera una vez más, a dar gloria a nuestros oídos y a arrastrar a los miserables por el suelo.

2 comentarios:

Antonia dijo...

Grande, Luque.

Ilya U. Topper dijo...

Muy grande, de hecho. Periodismo en estado puro. De mayor quiero ser Luque.