domingo, 23 de mayo de 2010

Todo regresa (III) Danza Invisible


¿Cómo interpretar este regreso masivo, esta multitudinaria emigración de rostros y voces que llegan a mi mesa desde el pasado remoto? Aquí no se jubila nadie, ni siquiera se permiten envejecer. En los últimos dos o tres meses, por ejemplo, he entrevistado al entrañable Jaime Urrutia, ex-líder de Gabinete Caligari, al amabilísimo Sergio Dalma, que también lleva sus añitos trasegando escenarios, y a Javier Ojeda, cantante del grupo malagueño Danza Invisible.

Me detengo en este último, tipo divertido, campechano, un poco acelerado pero admirablemente enérgico, considerando que su primer disco data nada menos que de 1982. Antes de entrar de lleno en la entrevista, quise confesarle que en mi primer beso -no mi primer piquito, sino mi primer morreo de pleno derecho-, que tuvo lugar en una discoteca apta para menores cerca de O Grove (Pontevedra), sonaba de fondo una canción suya, muy popular en aquel año 1988, que se llamaba Sabor de amor. Nunca dejará de impresionarme el efecto evocador de las canciones, el modo en que te transportan de manera instantánea, a través del tiempo y del espacio, al momento supremo de tu primer intercambio formal de saliva. Me costaría mucho recordar el nombre de la chica en cuestión -sí sé a ciencia cierta que era sevillana-, y ni en sueños la reconocería hoy por la calle, pero en cambio aquella canción adolescente de los labios de fresa y la fruta de la pasión sigue articulando el recuerdo, prestando sus puntales a la carcomida arquitectura de la memoria.

Me apetecía decírselo a Ojeda, como siempre me gusta comunicarle a los creadores que dejan alguna huella en mí que su trabajo, por si alguna vez lo dudaron, no es en vano. Que repercute en la vida de la gente, que la ayuda a crecer y les brinda asideros fundamentales cuando el paso del tiempo empieza a parecerse a una caída libre. El cantante me mostró su gratitud, y seguimos conversando de lo divino y de lo humano, de su último disco, Tía Lucía, de los proyectos de futuro que todavía acarician. Hasta que, en un momento dado, se detuvo y me preguntó con cierto arrobo, pero con toda naturalidad:

-Bueno, pero tú sabes que Sabor de amor hablaba de una comida de coño, ¿verdad?

2 comentarios:

Daniel Ruiz García dijo...

Una verdadera leyenda urbana que por fin, incontestablemente, se confirma.

Alejandro Luque dijo...

Nada como acudir a las fuentes, querido Dani.