domingo, 21 de marzo de 2010

Pérez-Reverte, cicerone


Guardo una foto en la que se me ve entrevistando a Pérez-Reverte. No está fechada, pero es vieja: yo tengo pelo, él no luce una sola cana. Tiempo después empezaría a sentir una profunda aversión por él. Su arrogancia, su vanidad, se me hacían insoportables. Un día abrí al azar un ejemplar de su Alatriste, vi un verso de Benedetti en labios de Quevedo, si no recuerdo mal, y cerré el libro de golpe. Sus artículos dominicales me resultaban de un cinismo repulsivo, y ya decía el polaco aquel que los cínicos no sirven para este oficio. Allí los políticos eran invariablemente corruptos y/o inútiles, los intelectuales unos gilipollas todos, sólo el pueblo llano -o sea, su fervoroso público- parecía virtuoso y digno. Y yo, que ya pensaba que había de todo en la viña del Señor, me irritaba hasta que dejé de leerlo.

Ya no siento ese rechazo visceral. Agradezco a Pérez-Reverte lo que ha hecho por el fomento de la lectura, e incluso estoy dispuesto a reconocerle una notable pericia a la hora de versionar la literatura folletinesca. Sigue estando tan bien pagado de sí mismo como siempre, pero algo ha cambiado en él. O bien ya ha tenido suficientes baños de multitudes, o ya no le pone tanto la gloria del mercado, no lo sé. Lo cierto es que cuando volví a mi ciudad para asistir a la rueda de prensa de presentación de su último libro, El asedio, ambientado precisamente en el Cádiz del Doce, lo encontré un poco más... ¿humanizado?

Pienso, por ejemplo, en las poses que adopta cuando tiene cámaras delante. Achica los ojos, sonríe de medio lado: quiere ser a la vez el tipo de vuelta de todo, el que todo lo ha vivido y todo lo ha leído, el que se ha asomado al corazón de las tinieblas y se ha tuteado con príncipes y académicos. El caso es que esa mueca no se parece en nada al rostro de las personas que lo han vivido y lo han leído todo. Arturo inspira una extraña ternura, como si esa máscara de autosuficiencia encubriera un desvalimiento inconsolable.

Me resultó chocante, sí, verme caminar por el Cádiz de intramuros con tan ilustre cicerone. Como chocante me resulta que un escritor archifamoso, millonario, ponga su talento al servicio del Consorcio de La Pepa 2012, o casi, pudiendo escribir lo que le dé la real gana, cuando y como quiera, sin temer por el pan de su familia. El beneficio que supone para Cádiz esta novela de Pérez-Reverte es inmenso, pero no creo que lo sea tanto para el autor, dinero aparte claro está.

No leeré El asedio, me temo. Pero sí pienso que Pérez-Reverte la clavó cuando, en plena charla, explicó que los gaditanos, aun sin un profundo conocimiento de la Historia, sí conservamos el orgullo, cruzado de datos imprecisos y no pocos lugares comunes, de que en nuestra ciudad se produjo algo importante en 1812, a partir de lo cual pasamos a ser cuna de la libertad y faro de América.

Algo muy cierto, que me lleva a recordar una mañana de resaca en la que, junto a varios teatreros con los que había trasnochado en el FIT, veíamos en la televisión de un bar que Al Qaeda había anunciado que España estaba entre sus objetivos después de la lamentable foto de las Azores, y que no habría un solo territorio español que se viera libre de la amenaza. Entonces la dueña del local, la gorda María, con su pelo recogido en una madroñera, sus mofletes opulentos y sus gafas de culo de botella, soltó aquella perla que lo resume todo:

-Pues a los gaditanos esa gente nos va a hacer dos pajas, porque nosotros echamos hasta a los franceses...

2 comentarios:

Unknown dijo...

Ay, Luque, si tienes razón, pero ¿qué hacemos con los amores?

Alejandro Luque dijo...

¿Quererlos por sus defectos?
:-)