sábado, 30 de enero de 2010

Caleta (y II) A Cuba iré



La lectura de este último número de Caleta me ha recordado que a ningún otro país le dedicamos tanta atención en estos años como a Cuba. El hecho de que Mané y yo hayamos tenido amores más o menos vinculados a la isla no lo explica del todo. Tampoco nuestras militacias izquierdosas, condenadas con el tiempo a algunos crueles desengaños. Ahora me pregunto cómo ha cambiado Cuba en estos 15 años, y cómo nuestra mirada sobre su realidad.
Hace 15 años teníamos claro que simpatizar con el castrismo era estar del lado del bien, de la razón y la justicia social; ahora nos cuesta pensar que sea posible permanecer en ese margen sin cuestionar severamente muchos despropósitos del régimen. Hace 15 años, La Habana era para nosotros un laboratorio para la literatura y el arte donde siempre se cocían recetas interesantísimas; hoy, la cultura cubana es víctima de un (tal vez irreversible) proceso de atomización, y éstá más unida (es un decir) en los foros de internet que en la realidad material.

Revisando viejos números de Caleta, me da por pensar que, egoístamente, la revista ha sido una herramienta muy valiosa, permitiéndonos acceder a posiciones estéticas y políticas diferentes, e incluso opuestas, para ayudarnos componer mal que bien el vasto mosaico cubano de entre siglos. Me vienen a la cabeza varias fotografías. En una estamos Mané, Juanlu Pineda y yo en casa de Cintio Vitier y Fina García Marruz. Recuerdo una pequeña sartén en el fuego, y en ell un poco de cebolla crepitando y diseminando su olor por toda la casa. Hablábamos de poesía, pero yo no podía dejar de pensar en la cebolla, a la que no vimos incorporar ningún otro ingrediente.

Pienso en una fotografía de Alberto Lauro, que hizo un tiempo de secretario de Cintio y Fina, y que llegó a zambullirse como un buzo en el depósito de agua del matrimonio para demostrar que además de un tipo divertidísimo es un aceptable fontanero. Albertito, que hoy vive en Madrid abducido por el famoseo de papel couché, se rompió la barbilla una noche loca en Cádiz, y me parece que lo estoy viendo aún con su aparatoso vendaje, proponiendo una batalla de cojines en mi casa a las cuatro de la mañana, con Pineda y Dani Cortés.

Hay una fotografía en la que Mané y yo posamos junto al all stars de las letras cubanas tras presentar Caleta en la Feria del Libro de La Habana. Ahí estamos con los que anteayer eran casi ídolos, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, Roberto Fernández Retamar, César López... Y de pronto se me cruza con una foto que nos reúne con Enrique del Risco, todavía jovencito, sin una cana en la perilla y canijo como una caña, pero con la misma guasa corrosiva que le ha dado fama, y con las ideas afiladas que hacen de él una de las opiniones de mayor autoridad en los foros anticastristas de la red.

Pienso en una foto que tenemos con Pepe Pérez Olivares en su antigua casa de Guanabacoa, en otra de nuestro primer encuentro en Cádiz, y en una tercera de la última vez que nos vimos en Sevilla, donde ambos residimos. Y sé que se trata del mismo poeta, pero de tres ciudadanos muy distintos. De una misma sensibilidad para una cabeza que también ha ido replanteándose muchas cosas.

Pienso en una foto donde aparecemos conversando con el ministro de Cultura, Abel Prieto, y en otra en la que estoy hablando de rock progresivo con Yoss, el escritor heavy por excelencia de La Habana. Pienso en una foto viejísima en la que estamos en Jarandilla desafinando canciones con Barnet y Nancy Morejón, y en una muy reciente en la que aparezco con mi amigo y mi maestro Edmundo Desnoes, en Nueva York, comentando ese capítulo de Paradiso en el que Lezama lo invitó como personaje. Y ahora veo una de color sepia que me regaló mi hermano Ramón de Armas, historiador martiano que nos dejó hace mucho, en la que se le ve casi adolescente, desfilando con el fusil al hombro, en los primeros años tras la caída de Batista.

Los de dentro y los de fuera; los pro, los contra y aquellos que soñaron con un espacio de neutralidad, todos tuvieron en Caleta un hospitalario punto de encuentro, o ésa fue nuestra intención. Entonces todavía creía que una revista podía ayudar a cambiar las cosas, hoy no soy tan optimista. Es más, me temo que no sirva para absolutamente nada, sólo para crear un bellísimo envoltorio -lo es, comprúebenlo ustedes mismos- para un hecho trágico, el desencuentro de tres generaciones de creadores antillanos. Habrá quien piense que con no sembrar cizaña es bastante. Pero muchos creemos que la reinvención de Cuba pasará mañana, entre otras cosas, por reconciliar a sus mejores cabezas. A esa Cuba (¿mañana, hemos dicho?), a esa Cuba iré.

1 comentario:

Rafael Suárez Plácido dijo...

Alejandro: Entiendo lo de las decepciones de la izquierda, y lo entiendo porque valoramos los temas que nos interesan en términos absolutos.
Cuando a mí me pasa me basta con mirar alrededor y, mire donde mire, no encuentro nada mínimamente asumible.
Un abrazo.